Tuesday, January 5, 2010

Tragicomedia sobre el chisme


José Francisco Núñez

Entre Sócrates, el Cura de Altamira y yo

 
Ay, lo que te tengo hoy es una bomba…! Con esa expresión me recibía con frecuencia, casi siempre los viernes por la tarde, la madre de mis hijos cuando yo llegaba a la casa después de una agotadora jornada de trabajo.

Se refería a historias que me contaría referentes a hechos ocurridos en su entorno familiar, su trabajo o relacionados con alguna de nuestras amistades. No estoy queriendo decir que le gustara el chisme. Sencillamente, como estudió psicología, muchas personas la llamaban para contarle sus problemas, algunos de connotaciones un tanto “non sanctas”. Hay quienes cuentan sus problemas, no siempre en busca de soluciones, sino simplemente, como una forma de desahogarse.

En ocasiones, nisiquiera esperaba a que nos sentaramos a la mesa para comenzar la historia. Después de escucharla, dependiendo del caso, unas veces me quedaba pensando en la gravedad del asunto y otras, me moría de la risa.

Naturalmente, todo lo que nos contábamos se quedaba entre la pareja y no trascendía más allá de nosotros dos, cosa que no ocurre con el chisme en nuestro vecindario, el centro de trabajo, la comunidad y hasta en ciertos grupos religiosos, donde los comentarios mal intencionados corren como reguero de pólvora.

A pesar de la facilidad con que se propaga y de que provoca insana diversion en muchas personas, el chisme siempre solo ha servido para dañar reputaciones, jamás para construir o edificar.

Núnca podré olvidar cuando, en mis años de infancia se propagó una versión contra Chale (sin r ni s), en la que se decía que éste había sostenido un tórrido romance con una hermosa yegua blanca que tenía mi abuelo. El chisme terminó un día en que Chale se prensentó en el colmado de mi tío Marcos, pidió un “Brugal de mayita”, sin hielo; se tomó el primer trago y colocando un cuchillo de 20 pulgadas en el mostrador expresó en alta voz: “Hoy voy a esperar aquí a los que me están jodiendo con la yegua de tío Fabián…a ver si es verdad que son guapos…”

En otra occasión se rumoraba que el sacerdote (español) del pueblo no andaba en buenos pasos. Al enterarse del chisme, éste aprovechó la homilía de una misa dominical y echando manos a los Diez Mandamientos sentenció con voz de Almirante: “Os recuerdo que soy el único sacerdote del pueblo, el que perdona los pecados, el que lo escucha todo, el que lo sabe todo… Os advierto que yo sé quiénes se están robando las gallinas, cuáles son los comerciantes inescrupulosos que alteran la balanza para engañar a los agricultures a la hora de pesar y vender sus cosechas; y también conozco ciertos pecadillos cometidos por algunas pundonorosas damas de nuestra sociedad…”.

No son pocos los religiosos que se han visto en problemas producto de la chismografía. Un notable escritor dominicano cuenta cómo, en los tiempos de la colonia, un connotado Obispo de la que luego sería Santo Domingo se vio en graves problemas con el gobierno de entonces.

Según el autor, el alto prelado aprovechaba la celebración de los paganos carnavales que él tanto criticaba por realizarse en Semana Santa, para disfrazarse y salir a la calle a lanzarles huevos a las autoridades. Un chismoso lo delató y por poco termina en la hoguera.

Desde los “Oidores del Rey” hasta las comadres de patio, en el devenir del tiempo han existido toda clase de propiciadores de historietas falsas, grupo en el que no sabemos si deberíamos incluir a algunos miembros de los servicios de inteligencia de los gobiernos, comunmente muy bien pagados.

Aunque casi nunca lo adivierte, el contador de chismes termina siendo víctima de la “Ley de Causa y Efecto”, mediante la que recibe de vuelta, a veces en grado sumo, todo el daño que ha ocasionado a otros.

Existen en nuestro mundo muchas personas a quienes les interesa la vida de los demás, incluso por sobre la suya, capaces de hacer lo posible y lo imposible por enlodar reputaciones. Nadie, absolutamente nadie podrá escapar, al menos una vez en su vida de alguien que, sin motivo alguno, quiera dañarle o utilizarle para dañar a otros.

Si se viera usted necesitado de ayuda para deshacerse de ese tipo de personas, le recomieno la siguiente receta: El Triple Filtro, de Sócrates.

En la antigua Grecia, Sócrates fue famoso por su sabiduría y por el gran respeto que profesaba a todos. Un día un conocido se encontró con el gran filósofo y le dijo:

- ¿Sabes lo que escuché acerca de tu amigo?

- Espera un minuto -replicó Sócrates-. Antes de decirme nada quisiera que pasaras un pequeño examen. Yo lo llamo el examen del triple filtro.

- ¿Triple filtro?

-Correcto -continuó Sócrates-. Antes de que me hables sobre mi amigo, puede ser una buena idea filtrar tres veces lo que vas a decir, es por eso que lo llamo el examen del triple filtro. El primer filtro es la verdad. ¿Estás absolutamente seguro de que lo que vas a decirme es cierto?

- No -dijo el hombre-, realmente solo escuché sobre eso y...

- Está bien -dijo Sócrates-. Entonces realmente no sabes si es cierto o no. Ahora permíteme aplicar el segundo filtro, el filtro de la bondad. ¿Es algo bueno lo que vas a decirme de mi amigo?

- No, por el contrario...

- Entonces, deseas decirme algo malo sobre él, pero no estás seguro de que sea cierto.

- Pero podría querer escucharlo porque queda un filtro: el filtro de la utilidad.¿Me servirá de algo saber lo que vas a decirme de mi amigo?

- No, la verdad es que no.

- Bien -concluyó Sócrates-, si lo que deseas decirme no es cierto, ni bueno, y ni siquiera es útil ¿para qué querría saberlo?

Si acaso no es usted como yo, que “paro en seco” a todo el que me viene con un chisme, quizás Los Tres Filtros de Sócrates puedan ayudarle.

Monday, January 4, 2010

Tiempo de continuar

Arribamos a un nuevo año, como siempre, llenos de esperanza. No se trata de detenernos a mirar el pasado, sino a vivir a plenitud el presente y pensar positivamente en que seguiremos avanzando por las mejores sendas.