Wednesday, June 23, 2010

Altamira: Escuela Enrique Chamberlain y Tavito, el vendedor de empanadas

José Francisco Núñez (Frank)
josefrank04@yahoo.com

(Dedicado a todos mis compañeros de la antigua, pero inolvidable Asosiación de Estudiantes Altamireños)



Esta tarde, en la que como de costumbre, no tengo nada qué hacer, mientras escucho las agradables melodías de Radio Raíces, me ha dado por darle un vistazo a la historia de Altamira, nuestro inolvidable y añorado pueblito.


En la escuela Enrique Chamberlain, con su sombrero de cana y ala ancha, Tavito se “parqueaba” temprano, como desde las siete de la mañana, exactamente al lado de la bandera, pues antes de que la izáramos y entonáramos el Himno Nacional, era casi seguro que haría buena venta. Tavito era un tipo sumamente extraño, pues nunca miraba a los ojos de su cliente y por demás bastante resabioso. Parecía vender su producto de muy malas ganas, como si alguien le obligara a ejercer su propio negocio.

Recuerdo aquella fría mañana de invierno en que me paré a su lado y le pregunté ¿A cómo son las empanadas? Con cara de viejo gruñón me contesto sin mirarme "Eso e' pa rico". (Como era tiempo de cosecha de café, mi abuelo Fabián me había dado cinco pesos, de esos nuevecitos, acabados de salir del Banco Agrícola de Puerto Plata). ¿Así? Entonces déme una, le dije. Cuando vió los cinco pesos, por poco le da un infarto. ¡Cómo se le iba a ocurrir a Tavito que un mozalbete de la serranía podía andar con cinco pesos en los bolsillos!

Son muchos los recuerdos que guardo de mis tiempos en la Enrique Chamberlain. ¿Te acuerdas de Socorro Montán, los profesores Rafael García, Enriquito, Georgina y Antonio Cabrera? El profesor Antonio siempre hacía galas de su copioso y muy bien cuidado bigote.

Era costumbre, del profesor García, que era un poco media lengua, asomarse a una ventana para estar pendiente del clima. Si veía que estaba muy nublado decía a media mañana: “Parece que va a llover… los muchachos de Río Grande, Palmar Grande y la Lomota se pueden ir….”
La imagen física del profesor Erniquito era excepcional. Si usted lo conoció bien, podrá recordar que su mentón y su mirada eran exactamente iguales a las de “El Padrino” (Marlon Brando), y eso, que ni por asomo había salido la película.

La profesora Gerorgina, parecía un tanto peligrosa, pues era sumamente exigente con las tareas. Nadie se atrevía a inventar con ella.

En ocasiones, mi situación en la Enrique Chamberlain se tornaba un tanto complicada. Del grupo de Altamira, mis principales amigos eran Tirso, hijo del profesor García y, quien por cierto era bastante inquieto; Joaquín, que vivía en un alto, cerca del colmado de Lépido, el hijo de Mañembre, Arismendy, estudiante de música (trompeta), y quien residía exactamente al lado de la tienda de Pirrinche; así como Milito y otro, a quien creo llamábamos Niníca.

Mi problema consistía en que Milito era Testigo de Jehová y, al tiempo que me predicaba, me invitaba a escuchar “La Voz de la Esperanza”, con El Hermano Pablo, que transmitía desde Costa Mesa, California. Pero mientras Milito me predicaba La Palabra de Dios y me pedía que le ayudara a distribuir la Revista Atalaya, Niníca intentaba entregarme un paquete de periódicos del Pacoredo, para que se los llevara a los “cabeza caliente” de Río Grande, ninguno de los cuales estudiaba, por cierto.

No puedo olvidar una vez que los “cabeza caliente” de la escuela, entre los que figuraban Diomedes y Pailita, ambos de La Lomota, organizaron una huelga que incluía múltiples consignas y quemas de gomas. Esa mañana, me imagino que a solicitud de Socorro Montán, la directora del plantel, se apareció la policía y se armó un corredera de madre. Creo que todavía nos andan buscando.

Después de todos fueron muy buenos tiempos. Pero lo más importante: los viví plenamente.