Monday, January 29, 2018

AQUÍ MIAMI: ¡Avenuncio, Satanás!


Por José Francisco Núñez


Para ser honesto, si es que todavía vale la pena serlo; no quería utilizar la palabra satanás en el título del presente escrito. Mas bien deseaba usar una de las más de diez acepciones etimológicas que podemos encontrar sobre el tenebroso personaje. Hubiera preferido escribir “diablo”, que no solo es la más conocida, sino también la que más se usa a nivel popular y coloquial.

Sin embargo, resulta y sucede a ser que, en mi niñez, en nuestro entorno familiar, por decreto de mi abuela Mamá Monga, estaba prohibido pronunciar esa palabra.

Mi abuela le llamaba de distintas formas que no dejan de ser correctas, por ejemplo, le decía: el pecusio, el enemigo malo, el maligno, el demonio; mientras que los más versados hablaban de satanás, lucifer o belcebú.

Era costumbre en mi amado e inolvidable campo Río Grande, que cada vez que los muchachos cometíamos una diablura, si no nos daban la consabida pela con una vaina de Colín o una correa de cuero mojada, los mayores nos metían miedo diciéndonos que si volvíamos a hacer eso nos saldría el enemigo malo.

El concepto que yo siempre tuve sobre la imagen física de tal espectro, es que se trataba de una especie de personaje con largos cuernos, ojos encandilados, afilados dientes que brillaban como centella y repulsivas uñas que parecían garras.

Aunque nunca le había visto, lo que más se me parecía al diablo era cuando en los carnavales de la comarca, Chicho, el de Pueblo Chico, vecindario colindante con el mío se aparecía con su disfraz, consistente en una sucia vestimenta, una máscara feísima y unas cuantas infladas vejigas de vaca que había disecado poniendo al sol semanas antes de las celebraciones.

En verdad que al verlo creía que se nos había aparecido el enemigo malo, por lo que las faldas de mi abuela se convertían en mi guarida anti demoníaca y de donde no salía hasta pasados varios minutos durante los que no paraba de llorar. 

¡Qué ignorante he sido Dios mío! No hace mucho que salí de mi inocencia. Recientemente el papa Francisco advirtió que “no se debe dialogar con el diablo”, a quien describió de la siguiente forma:

“El diablo no es una extraña bruma, es un tipo educado, amable, inteligente, más inteligente que nosotros, con buenos modales, sumamente hábil, sagaz, pero embaucador…”

Al continuar escuchando lo que dijo mi tocayo Quico, mi intuición se disparó y fue cuando llegué a la casi tardía conclusión de que he conocido, conversado y compartido con el diablo en incontables ocasiones.

Me lo he encontrado vestido de empresario o banquero, comerciante mayorista o minorista, abogado, juez, militar y policía, lo mismo generales que rasos.
También me lo he encontrado vestido de periodista, locutor, limosnero; de esposo o esposa “fiel” por igual, lo he encontrado vestido de presunto amigo, y ¡lo más sorprendente! Lo he encontrado vestido de político, cardenal, sacerdote, pastor y en el mejor de los casos, vestido de ateo.

El grave error del papa Francisco es que sólo dijo que con el diablo no se debe dialogar, pero no nos explicó cómo evitar encontrarnos con Satán y evadir su presencia, pues para nuestra desgracia, en estos tiempos difusos y confusos el diablo suele pulular por todas partes, lo mismo en mi querido país de nacimiento que en Miami.

Pareciera que el diablo incluso dejó de temerle a la cruz, pues según el papa hay quienes andan con una cruz de mentiritas. “Si tu cruz no tiene a Cristo, no es cristiana”, advirtió recientemente y parece que el diablo lo sabe.

No sé por qué razón, mi abuelo Fabián, el esposo de abuela Mamá Monga, decía que todo hombre debía aprender a rezar el Magnificat, pues era la manera de que el diablo pusiera “pies en polvorosa” si algún día nos salía, pero ocurre, que también decía que los muchachos no podían aprender a rezar dicho cántico hasta ser mayores de edad.
Yo he resumido el asunto para tener una solución a mano ante la inesperada presencia del mencionado espectro: Uso el truco de mi abuela y ahora cada vez que tropiezo con alguien de quien sospecho, antes de que me salude me digo mentalmente ¡Avenuncio Satanás! Tratase de una exclamación que, de acuerdo a Carlos Esteban Deive, autor del Diccionario de Dominicanismos es usada para conjurar maleficios, hechizos y malos espíritus.