Sunday, September 18, 2011

José Francisco Núñez comenta: ¿Jamón o salami?

Por José Francisco Núñez
El Dominicano USA (edición del 15 al 30 de sept. 2011)

Después de diez largos años sin visitar mi terruño (por simple apatía), en el mes de abril mis hijos me agarraron por un brazo y me sentenciaron diciendo: “Papi, tienes que ir con nosotros…” ¿O es que a ti no te gusta tu país?

Recogí mis “bártulos” y arranqué con ellos. Permanecieron una semana conmigo dando vueltas entre el campo y la ciudad. Yo me quedé durante un mes. Mientras estuvimos juntos disfrutaron en grande. Desde su inolvidable participación en el concierto de Prince Royce, con quien departieron amenamente gracias a su tío Fitzgerald, hasta revolcarse entre las hojas secas de un cacaotal que todavía conserva mi mamá como parte de su herencia.

Como de costumbre, preferí pasarme una gran parte del tiempo en el campo, donde mi primo Lidio y mi tío Marcos (su padre) se desvelan por brindarme las mejores atenciones, suministrándome con antelación todo cuanto asumen que a mi se me pueda antojar: Una guinea, un chivito, un pollito criollo guisado; un desayunito de plátanos, yuca, guineos, o ñame con varios huevos fritos enteros con unas cuantas ruedas de salami o salchichón y su respectivo aguacate. ¡Eso se llama comer!

Con esto quiero decir que las pocas veces que voy a mi país vivo lo que se llama “la buena vida”. La misma que se puede dar cualquiera de los lectores cuando visitan a sus familiares en Quisqueya la Bella.

Ya el día antes de partir y a pesar de que retornaré a mi casa, me atrapa la nostalgia y comienzo a murmurar sin que nadie me escuche… “Ño... otra vez a la misma vaina…”. Eso se torna más dramático al recordar que vuelvo a la misma oficina en la que ya tengo 20 años y a la que día tras día debo llegar a la 5:30 de la mañana. No es fácil. Sin embargo, a pesar de todo doy gracias a Dios diariamente porque me permite vivir de mi trabajo y con el producto de este también contribuir con el bienestar y el porvenir de mis hijos.

Supongo que esto le ocurre a una gran cantidad de mis compatriotas, a muchos de los cuales he oído decir que un día de estos se largarán para la tierra que les vio nacer, y en la que se puede vivir de maravillas. Naturalmente, cuando hablamos de esa manera, nos estamos olvidando de que una cosa es ir de vacaciones y otra muy diferente volver a “coger lucha” en un país del que algunos salimos maldiciendo. “Malditos apagones, maldita corrupción, maldita gasolina tan cara, maldita política… ¡Me largo de este maldito país!

Cuando llegas aquí por primera vez, no hay McDonalds, Burger King, o pizzería que se te escape. Te da con ir todas las tardes al centro comercial a recrear la vista y a ponerle la mano a todo cuanto le pasas por el lado aunque no compres ni un palillo.

Pero cuando entra el síndrome de la soledad y comienzas a extrañar a tus mejores amigos es como si te llegara el período menstrual. No hay calmante ni botella que te lo quite.

Es el momento en que comienzas ha pensar seriamente en hacer un dinerito y devolverte lo más rápido posible. Pero resulta que no se te ocurrió que uno de los elementos que te permiten más alivio es ese momentito en que tienes relaciones íntimas con tu pareja.

¡Claro! Tampoco tomaste en cuenta, hasta que la viste con el panzón, que producto de esos momentitos de placer, tu mujer iba a quedar embarazada una y otra vez; que ambos tendrían varios hijos, los cuales nacerían y crecerían bajo la sombra de la cultura Americana y que cuando tú y tu pareja amenazaran con retornar al país serían los primeros en decir “estos dos viejos se están volviendo locos…”.

Es cuando verdaderamente se te tranca el juego. No te queda más remedio que seguir trabajando como un burro hasta que los muchachos crezcan y se independicen, después de lo cual te pasarás tiempo sin verlos, te volverá el síndrome de la soledad y te decides por retornar a tu terruño querido. Sales con tu pareja y tus trastes, incluyendo los dos autos y llegas a tomar el avión rebosante de alegría, pensando en tu Brugal y entonando aquella rítmica conga cubana que dice así: “Al carnaval de Oriente me voy, donde mejor se puede gozar…”.

Por desgracia, cuando ya tienes un par de semanas en tu casa, allá en tu añorado país, tiempo en el que ya repartiste todo lo que le llevaste a primos, sobrinos y compadres, ya comienzas a pensar en economizar el dinerito porque ¡Cojollo aquí si se gasta el dinero rápido!


Como si fuera poco, ya a los dos meses, comienzan a picar los mosquitos, a sufrir los apagones, a escuchar las noticias de los asaltos; y para colmo a dolerte las coyunturas, pues no tomaste en cuenta que a estas alturas del juego tanto los amigos que dejaste al igual que tú y tu pareja estarían todos “chuecos”. Definitivamente, la vida no es un jamón, pero tampoco es un salami.

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