Tuesday, February 9, 2010




Historias espeluznantes:

Mi abuela, la chiva y el Segundo Alcalde

(De manera casual, la publicación de este trabajo coincidió con la puesta en circulación en Rep. Dominicana del libro "La Comarca de Don Félix", escrito por mi amigo y compañero Francisco Sandoval; en el cual se narran curiosos eventos ocurridos en la región).

José Francisco Núñez


Río Grande, el campo en donde nací, es uno de los lugares más bellos e interesantes que he conocido y el cual llevaré por siempre en mi corazón. Es un hermoso valle que pudiera definirse como una parte del final de la falda del pico Diego de Ocampo. Está mi productiva aldea llena de interesantes historias, y en una gran parte de ellas, de algún modo ha estado involucrado, de manera directa o indirecta, mi abuelo materno Fabián Núñez.

Mi abuelo fue designado en 1931 por su compadre Chano Vargas (tío de Wilfrido), como Alcalde Pedáneo de la Sección de Río Grande, Altamira, Puerto Plata. Desempeñó esa posición de manera ininterrumpida durante 30 años, y él mismo, con el aval de su compadre designó a su sustituto, cuya responsabilidad recayó nada más y nada menos que en la persona de mi padrino, Modesto García. Como Segundo Alcalde designó a su ahijado Modesto Cueto (pura casualidad, pienso yo).

Por las noches, en diversos puntos de mi apacible campo, abundan los muertos, las ánimas en pena, las brujas y los bacás. El bacá es un extraño espectro que protege a ciertas personas cuando hacen un pacto con el diablo en su afán de acumular grandes fortunas.

De acuerdo a los expertos de mi región, pactar con el “enemigo malo” resulta sumamente fácil: Usted solo tiene que tomar un clavo, mientras más largo mejor. Lo clava en una palma y mientras lo golpea llama tres veces al “pecucio”. Cuando el tipo de los cuernos se aparece, usted negocia con él y llega a un acuerdo. Como cualquier institución bancaria de este tiempo, el “diantre” no acepta cualquier pendejada a cambio. Comúnmente le pide que, en la medida en que usted se va haciendo más rico le vaya entregando algunas “pequeñas cosas”, como por ejemplo, un ser querido, especialmente un hijo o a su mujer.

Las brujas de mi campo no eran las hechiceras que se dedican a curar o adivinar. No.

Eran mujeres que volaban por las noches y que iban a hacerle daño a alguien, especialmente algún comerciante que estuviera prosperando y haciéndole competencia a su marido, algún amigo cercano o sencillamente a una persona que contrataba sus servicios.

Mi campo contaba con expertos tumba brujas. Es muy fácil bajar una bruja de su escoba. Solo tiene que utilizar hojas de Salvia, Ruda, Ajonjolí con Sal… y ¡Punn, e’pa abajo que va!. Como la bruja quedaba adolorida y dándose retorcijones cuando caía al suelo, con frecuencia el tumba brujas la aprovechaba si estaba “de buen comer”. Para evitar que le salieran los muertos, o ánimas en pena, usted solo tenía que colgarse una crucesita de tela con Alcanford adentro y meterse unas hojitas de Ruda en los bolsillos. Para espantar al diablo o a un bacá cuya cercanía o presencia se detectaba por el fuerte olor a Azufre, solo tenía que rezar el Magnificat Anima Mea.

Cuando Modesto Cueto dejó la posición de Segundo Alcalde de Río Grande, el entonces Síndico de Altamira designó a un señor llamado Dominguito, hombre bajito de estatura, rechoncho y con fama de guapetón. En vez del “Pata de Mulo” que le asignaron a mi abuelo en 1931, a Dominguito le dieron un moderno revólver calibre 38, el cual no se quitaba de la cintura ni cuando iba al baño.

Al nuevo Segundo Alcalde le encantaba la parranda, y no había fin de semana que no cabalgara decenas de kilómetros buscando fiestas, mujeres y ron.

Doña Ignacia, mi abuela paterna, vivía en un lugar llamado La Travesada, Palmar Grande, pero los fines de semana acostumbraba visitar a una hermana que residía en Río Grande Arriba. En una de esas visitas su hermana le regaló una chiva. Como el camino era tan largo, durante un trecho mi abuela llevaba la chiva caminando junto a ella y durante otro se la ponía sobre la cabeza para que el pobre animal descansara.

Al llegar a un lugar llamado “El Cumbí”, ya era como la una de la madrugada, la hora favorita para el diablo y los bacá salir a transitar los oscuros caminos. El bacá tiene un solo ojo (en la frente) y acostumbra viajar largas distancias visitando las diversas propiedades de su amo, ya sean establecimientos comerciales o fincas.

De tanto caminar, mi abuela y la chiva estaban bastante sudadas, tanto, que casi olían a Azufre. Cuando Dominguito sintió el olor enfocó su linterna hacia un extraño bulto que, según él, se le venía encima. Sacó su calibre 38 y de manera despiadada le entró a tiros al bulto, provocando que el espectro exhalara un intenso berrido en medio de la penumbra. ¡Beee-e-eee b-bee-e-e-e!, se escuchó sórdidamente.

Mientras el Segundo Alcalde seguía disparando, no paraba de rezar el Magnificat Amina Mea, pero como estaba borracho no dio en el blanco con un solo tiro y en medio de la lluvia de disparos el extraño aparato continuaba su marcha como si nada estuviera ocurriendo.

A las tres de la mañana todos los que dormíamos plácidamente sobre los suaves colchones llenos de hojas secas de de plátano mezcladas con lana, sentimos que nos derribaban la puerta de la casa, mientras una voz gritaba desesperadamente “Don Fabián, ay, Don Fabián, por favor présteme su Pat’temulo que tiene mucho más pólvora que este jodío revólver… ¡Acaba de salirme el bacá de Don Féli Enrique y le vacié tó lo tiro y no le pude hacer ni mierda….Don Fabián…Don Fabian….”!

Los muchachos y mi abuela Mamá Monga nos levantamos sobresaltados, pero mi abuelo se mantenía totalmente calmado. “Dominguito, qué fue lo que tu viste”, preguntó mi abuelo. “Oh, Don Fabián una jodienda rarísima con la cabeza grandota, grandota; esa cosa me echó un grito que se oyó hasta en el infierno. Le juro que era el bacá de Feli Hnrique que parece que venía de vigilar el almacén de Ramón Bonilla, usted sabe que él es el esposo de su hija y siempre lo protege…”

“Ja, ja, ja, ja”, se carcajeó mi abuelo mientras Dominguito abría los ojos como dos petacas. Mi abuelo continuó: “No seas tú pendejo Dominguito, el bacá que te salió a ti fue Ignacia, la abuela de Frank, hace un rato pasó por aquí para que yo de diera el papel para poder trasladar una chiva que le dio su hermana en Río Grande Arriba. Ahí tengo el duplicado…..”.

Mi abuelo lo invitó a pasar y lo sentó en una silla, donde dormitó y roncó a las siete de la mañana, momento en que mi tía Mochola le despertó para servirle un suculento desayuno. Tomó agua y se marchó en su caballo. Al llegar al río llamado la Catalina, de acuerdo a la versión de una señora que estaba lavando, Dominguito lanzó el revólver a la corriente al tiempo que vociferaba “Gran vaina me regaló el Sindico pa’ que me defienda…esta mieida no mata bacá”. Le clavó las espuelas a su caballo y comenzó a galopar sin mirar hacia atrás.

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